Cuento del avión que nunca regresó

Por Fabricio Estrada

                            I

Para entonces
los aviones os habrán cortado las manos.
El cielo caerá como un pañuelo
y las rutas, serán borradas por los motores.

Eso lo pienso ahora
que veo estremecerse los fuselajes,
cuando se agazapan las montañas
y los pájaros se vuelven invisibles.
Tegucigalpa, es el risco más lejano,
en ella anidan serpientes aladas
y San Jorge se ha inventado las suyas.

Los aviones son miopes
los aviones tiemblan al mirarnos de frente.

¿Y a qué vendrán a esta ciudad
que siempre está diciendo adiós?

Cuando cruza un avión,
Tegucigalpa entera se detiene para decirle adiós.
Las familias corren al final de la pista
en un afán de accidente y fantasías de cisnes.

Los aviones van de paso
huyendo de nuestro adiós.

                            II

Todo avión es el último
y a él, Saigón, me encomiendo.

Ruego por él en las terrazas,
disputo un espacio para que me mire,
pero el tiempo vuela lejano
y otras pistas mejor plantadas lo retienen.

¡Ah hermoso zumbar de los motores!
Te sueño rompiendo los cristales y engullendo a tu paso
la oración migrante de los miedosos.

¡Hidráulico tren de aterrizaje!
Te imagino sobre pistas de hielo
girando en silencio hacia las salas de espera
pero no llegas, no.
El cielo no se abre resplandeciente
y ningún altavoz anuncia tu gloria.

De vez en cuando
pasa un pájaro y creo alcanzar su sombra,
recorro media ciudad tras él
hasta el momento en que baja
a picotearme el rostro.

Todo avión es el último
y a su ausencia, miserable,
en medio del humo de miles de cigarrillos,
le sacrifico boletos, angustias y equipajes.

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