La furia y la tierra. La poesía de Vladimir Baiza

4874Por Luis Alvarenga

La poesía no se puede tomar a la ligera. No quiero escribir sobre la poesía en general, ni sobre la poesía de Vladimir Baiza en particular, ni a la ligera, ni con ligereza. Este libro, el cual es una selección de la obra poética de Vladimir, es un libro que hace sentir y que hace meditar, las cuales no son sino dos formas de decir más o menos lo mismo.

Estos versos hacen sentir algo que parecía definitivamente extraviado para el hombre y la mujer salvadoreña del siglo XXI, para nosotros, deslumbrados por la “modernidad”, por los signos exteriores de unas fuerzas ciegas y aplastantes. Perdimos, o creemos haber perdido algo que etiquetaremos como “el campo”, y que es algo más que el ambiente rural. Es un tipo de sensibilidad, de inteligencia de la vida que puede aprender algo de los cielos, del agua, de las bestias, de las flores y del silencio. Un ámbito que se contradice con la agresión infinita que vivimos en la “modernidad”. De eso habla la poesía de Vladimir Baiza y es por eso que su poesía no puede tomarse a la ligera.
La poesía de Vladimir parte precisamente del campo y de la sensibilidad e inteligencia que a ese campo le son propias. Su poesía sería “rural”, pues en ella se puede vivir la tierra. Pero esta no es una poesía bucólica. Quizá el bucolismo no es otra cosa que el campo idealizado y mistificado por los ojos agobiados de los hombres de la ciudad. El bucolismo nos daría una visión petrificada de la vida rural. De eso se aparta Vladimir.
Su poesía no puede caer en esto, puesto que su relación con el campo es orgánica. Además de la de poeta, su otra profesión (en el sentido de que es algo que profesa, esto es, algo que se ejerce “con inclinación voluntaria y continuación en ello”, como bellamente lo define el Diccionario de la RAE) es la de ingeniero agrónomo. Quizás no es “otra” profesión adicional, sino que es parte de una misma vivencia, de una misma entrega. En muchas ocasiones, lo he escuchado, maravillado, explicando las propiedades de una planta, o las particularidades de la conducta de un animal. Pareciera que aquí la palabra del hombre desapareciera, para darle palabra a los otros que no tienen voz: a aquellas personas acallados por las estructuras injustas, pero también a aquellos otros seres cuya voz es diferente a la humana, pero que tienen tanto que decirnos.
Leer su poesía es sentir la tierra y la furia. La tierra, a la que no escuchamos y preferimos sepultarla con electrodos y cemento. La furia, esto es, la voz de esos otros a los que no concedemos voz. Aquí toman la palabra las bestias, las plantas, las piedras; la toman asimismo el humus, que tiene la voz de los muertos en los bombardeos; y la toman también, con propiedad, los mitos nuevos y los mitos viejos:
“¿Y por qué vengo de lejos?”
¿Adónde van los ojos de los muertos?,
Tremedal silente, oquedad del viento en hojarascas,
¿De qué arcilla simple formaron este mundo?

Recordemos que el mito, como decía Mircea Eliade, lejos de ser mentira o historia irreal, es, para la mentalidad mítica (de la cual seguimos participando, aunque nuestra arrogancia nos impida admitirlo), la historia verdadera, la verdad absoluta y una historia modélica. Es historia verdadera, por cuanto el mito va más allá de la historia cotidiana y profana y nos instala en el tiempo sagrado, el tiempo donde sucedieron las cosas en su origen; es verdad absoluta, en el sentido de ser la verdad más honda de las cosas; y es historia modélica, por cuanto Odiseo, Quetzalcóatl o Jesús son modelos morales, modelos en los que hay que modelar la propia conducta. Pues bien, el mito toma la palabra en la poesía de Vladimir. Esos nuevos mitos urbanos, que fueron en nuestra infancia historia verdadera, verdad absoluta e historia modélica, que son los héroes de los cómics, nos muestran su condición trágica. Es la tragedia lo que humaniza a los héroes míticos. Por eso, sentimos vivos y verdaderos a Prometeo y Antígona. Por eso, Snoopy, Charlie Brown y Trucutú aquí se nos revelan como criaturas míticas que revelan su condición humana al compartir con nosotros sus cargas, sus esperas, sus fugas.
Este primer libro de Vladimir Baiza es un libro merecido para su autor. No por primero es un libro primerizo. Estoicamente, el poeta ha seguido su oficio, pese a tantas postergaciones. Este libro es el resultado de un esfuerzo cultivado. Vladimir, en cuyo documento de identidad figura como “jornalero”, esto es, como hombre que oficia el cultivo de la tierra, sabe esperar con paciencia la estación propicia. Sabe qué tierra promete buenos auspicios para el grano. Pero también sabe cosechar, con alegría y báquico goce, sus buenos frutos. Este es uno de esos frutos. Paladéenlo. Disfrútenlo. Medítenlo. Vívanlo. Y tengan presente que son los hijos del sudor, el amor y el sufrimiento de este poeta.

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