Recovecos de mi humanidad

Por Otto Aguilar. Y cuando desperté, todavía semi sonámbulo, empecé a caminar dentro de una bóveda formada de un intrincado tejido de hilos, cual ramajes finos de árboles, que velozmente iban iluminándose, quedando algunas zonas en oscuridad,  como cuando en una vasta llanura de un paisaje, el sol en una tarde gris, pinta brochazos dorados al lograr filtrarse a través de las nubes.  Maravillado, seguí avanzando dentro de la bóveda de mi cerebro, bajo ese acucioso chisporroteo del circuito neuronal, a través del cual rauda fluía mi misma existencia.
A pesar de tanta actividad, pude constatar que más del setenta y cinco por ciento de la bóveda permanecía en penumbra, y mientras avanzaba temeroso en dicho sector, tropezaba con cadáveres que me obstaculizaban el paso. A cierta distancia divisé a mi abuela Margarita, que iluminada bajo un  potente reflector, sentada leía una carta.

Continuaron apareciendo personas iluminadas bajo potentes reflectores, que indiferentes a mi presencia seguían actuando en su propio mundo, como en medio de escenas de un teatro de lo absurdo.  Las escenas también se cambiaban velozmente, sin coherencia alguna se iban iluminando unas, mientras se apagaban las otras, a veces tan simultáneamente que me frustraba perderme de verlas toda a la vez, lo cual me dejaba mas confuso que lo que dejan los sueños.
Un ensordecedor y monótono ruido de trombón me sacó de mi embelesamiento; era mi corazón que bombeaba arrítmicamente y un poco cansado ya de tanta alta presión circulatoria en sus válvulas, a causa de los placeres en exceso y de las angustias, tristezas, recuerdos, rencores y soledades.  Por una compuerta entraba un líquido púrpura más oscuro y por la otra salía uno de color mas claro. El intercambio del vital oxígeno, que luego se irrigaba a los últimos recovecos de mi anatomía, era el culpable de tenerme en este mundo ya por casi medio siglo destilando placer y dolor gota a gota.

Al alejarme de él, nostálgico por mis viejos añorados placeres, fui a dar a un gran almacén, donde se procesaba todo tipo de alimentos, los cuales eran separados, clasificados y distribuidos a diferentes áreas; el olor y la suciedad de los desperdicios me asqueaba a tal grado que salí corriendo.
Corriendo y buscando mejores recovecos de mi humanidad, deslicé por unos acueductos donde todo comenzó a estremecerse!, como en  violentos espasmos. Navegué en un inmenso río, cuyas peligrosas aguas casi desbordaban su cauce.  Las emanaciones de aquel lechoso y viscoso líquido, me envolvieron en los recuerdos de mis placeres carnales, provocándome vèrtigos de placer y dejándome los ojos extasiadamente en blanco.  El éxtasis acabó rápidamente cuando de sopetón, como tratándose de cualquier vulgar intruso fisgoneador, fui catapultado violentamente  al vacío entre gemidos y estertores de placer; otro yo había nacido.

Berkeley, 7 de feb. del 20004

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