«Hay algo, la indolencia, que se retrofita y se vence»

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Arte abstracto en caras humanas 02Por Sergio Palma

«Hay algo, la indolencia, que se retrofita y se vence, y que no se asusta de las traducciones apresuradas ni presta atención a las alarmas o los relojes de media puerta que tampoco se inmutan con tus efluvios matinales. Es preciso, sí, que bien así sea, porque cuando tarde, es valeroso justificarse y si temprano somos, no lo hacemos ni estamos en realidad y más bien nos terminamos convirtiendo en la procrastinación desmesurada de estos cuarenta y dos minutos del día que no llega, y que mejor se quede en su casa, porque mañana tenemos cosas que hacer. Es una nube judía u oriental y los correos ruidosos de quienes nunca abren la boca, coleccionan lápices verdes y un viejo sacapuntas de tocador, pero que por encima mío, y esto sí es ofensa, corren la ventana de los tractores que afuera impunes traquetean y perdóneme usted, don señor, pero yo ya tengo la barba crecida y la imaginación en su lugar. Ay, porque las letras se desfiguran, sí, pierden la forma de la gitana que no es tu nombre ni repite silabarios mudos, o que tanto menos se toma fotos en la bolita de cristal para luego decirle al pueblo que ese es su nido, esa canalla de muchachos vírgenes jugando a lo que sólo ellos saben tiene más coherencia que un soldado con pistolitas de agua o transistores con forma de cocodrilo. Toca al visor de mi lente y me sigue como una culebra buscapiés, continúa descargando píldoras y soltando a los perros de la casa cuatro de la calle treinta y cinco, donde vi a un señor regando un jardín colgado del techo, imagínese usted. Ah, pero mejor me quedo con la cocoa con hielo sobre la mesa y no me vengas tú a doblegar la molicie con cuentos de minerales y chubascones perdidos, porque claro es y claro está que la pata de pingüino mejor en caldo que cocida, y parquea tu moto bien, que si no se la llevan para pedirte descuento y fotocopias de los aullidos por los que no me aventuro a pasar por el corredor del barrido de la niña a medianoche, diciéndome a mí mismo que no, que a veces los apagones traen algo más que insectos quemados y cera fundida.»

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