Andrea Cote Botero: «La ruina que nombro»

PADRE A LA HORA DE LA SIESTA

ANDREA COTE BOTERO

Su sueño era un león,
y andábamos en puntas para no perturbarlo.
A mediodía dábamos vueltas a su alrededor,
como custodios de una prisión.
Con un poco de piedad y malicia,
veíamos su sueño estremecer
en su paso atormentado por el irreverente pavor.
Dando la vuelta a su cárcel,
su soledad
—sinceramente ajena—
a veces se quebraba
y él se subía coloso en la roca altiva de la ira
y una vez más, todos desterrados.

ESTACIÓN DE LA LUZ

ANDREA COTE BOTERO

Verás,
es tu ciudad que no descansa,
en la que siempre hay algo a punto de venirse abajo.
Por ejemplo, la lluvia —derrumbada en la luz—
ya sabes;
o los árboles
quemados de cielo a media tarde,
aniquilados como pájaros
que se lanzan desde el aire
y caen en los parques,
arrastrando su manía de caer.
Porque es verdad que es mi ciudad
y es del otoño,
la casa misma de todo lo que lentamente se desploma,
hastiado de durar
en el aire y la intemperie de la luz.
Es mi ciudad,
la casa de las cosas
que siempre son más bellas
cuando están a punto de acabar.

EL FIN DEL MUNDO

ANDREA COTE BOTERO

La tía Beth tuvo cierta ilusión,
un miedo verdadero
al olor a casa vieja,
al ruido de la cerradura que no fue
y a quedarse sin el beneficio de la luz eléctrica.
La tía Beth contaba historias aterradoras
de gente que jamás conoció
y veía signos de traición en cada uno de nuestros titubeos.
Tuvo miedo de la comida congelada,
de las misivas en la ranura de la puerta,
de una araña
y de ser pobre.
Odió su mala memoria hasta el cansancio
y nos hizo terribles anuncios
sobre patrañas bíblicas,
y nos sirvió pan rancio sin querer.
Sembró campos de saña
y mala creencia en exóticas formas del abandono.
La tía Beth nos deshizo la ilusión por los reinos
de secretas compensaciones.
Murió de vieja
mascullando el desatino de un mundo que no supo
acabarse de repente.

LECCIÓN ÚNICA SOBRE COSAS VIEJAS

ANDREA COTE BOTERO

Ya dije:
no sé quién inventa el olor de la casa,
no sé.

Más aún si lo que te gusta es
la vista ruinosa de los tejados
y la pared deslucida, el muro demolido
y su puerta que ya no tiene afuera.

Más aún,
si ya no recuerdas que no es el olor,
sino la bondad de las cosas
al exhibir su derrota.}

Del libro: La ruina que nombro.

Andrea Cote Botero. Fotografía de Marta Leonor González

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